viernes, 10 de febrero de 2012

Sobre la prostitución en México


Sin duda uno de los males que más aquejan a nuestro hermoso y vulnerado país es la prostitución. Así es, leyó usted bien, por el momento olvídese de la desunión que impera a lo largo de nuestra geografía, olvídese también de la pobreza, olvídese de la corrupción, de la impunidad, de la apatía y de las muertes. Verá que no es tan difícil como se oye, si es preciso imagine que está viendo la telenovela de las ocho, o el futbol, o su serie favorita. Concéntrese en prostitución.
            Contrario a la creencia popular, existen diversos tipos de prostitución, no sólo la corporal, que suele ser la más sana y la que menos secuelas deja. Pero antes de entrar de lleno en el tema, analicemos el significado del verbo, según María Moliner:

prostituir (del latín prostituĕre) 1 tr. Inducir a la prostitución. 2 tr. y prnl. Hacer alguien un empleo deshonroso de su cargo o autoridad; por ejemplo, obteniendo provecho ilícito de ellos o sirviendo intereses mezquinos. ◊ Hacer alguien uso deshonroso de cualquier cosa que posee y que en sí es noble, vendiéndola o envileciéndola: ‘Prostituir su inteligencia’.  

A partir de lo cual es posible inferir que Humberto Moreira es prostituto, por ejemplo. Ahora que si nos ponemos muy filológicos, nos damos cuenta que la palabra diputado conlleva en sí la apócope de prostituta (puta). Lo cual ayuda a esclarecer un poco la función que cumplen nuestros honorables representantes en el Congreso. Es así que nuestra fauna política abunda en representantes de esta antiquísima tradición, pues no sólo los diputados entran dentro de esta categoría, qué va, si en materia de prostitución somos potencia mundial; tenemos también a la maestra Elba Esther Gordillo, acaso la más rapaz y aberrante de entre todas las prostitutas, o a Mario Marín, exquisito prostituto de gustos pueriles y exgobernador del bello estado de Puebla. Los ejemplos abundan, baste decir que en México contamos con el prostituto más caro del mundo, según Forbes.   
               Incluso, si a extremos vamos, no es descabellado afirmar que como país somos la puta de Estado Unidos (una de tantas). Pero seamos precisos: no somos una puta cualquiera, no, somos una insaciable putita petrolífera. Esto gracias a nuestros presidentes, tan patriotas y soberanos ellos. Es bien sabido que no tenemos memoria colectiva, por lo tanto limitémonos a señalar a nuestro último padrote: Felipe Calderón. A continuación una dramatización de cómo se llevó a cabo la transacción:

―Jelou Felipei, necesitamous un excuse para meternous a Mexicou y llevarnos el petroleou porque ya se está acabandou. ¿Qué dices, shiquira? Convenirtei very mucho.
―Ay papito, pero si es muy fácil, armamos una “guerra contra el narco” y listo, le entras con todo.   

Ante todo, hay prostitutas difíciles y hay prostitutas fáciles.

Pero muy cómodo y provechoso resultaría tachar de putas a todos los políticos de México. Sin embargo, la cosa no es tan sencilla, volvamos al inicio: en nuestra sociedad abundan distintos tipos de prostitución. Simplemente, hoy en día hacerse de la vista gorda equivale a hacerse del culo ancho.
            Hay quien prostituye su arte a cambio de becas otorgadas por el Estado o por algún puesto diplomático, todo lo cual se traduce en una vida resuelta, holgada, para muestra un premio nobel, pues qué carajos tenía que hacer un intelectual de la talla de Octavio Paz codeándose con calaña neoliberal como Salinas de Gortari, me pregunto yo. ¿Acaso acabar decepcionado del marxismo deriva en venderse al mejor postor? Pero mejor le paramos en la Gran Puta (así, en mayúsculas, que a fin de cuentas merece respeto), pues si de putas en el arte hablamos no acabamos.
            Existe también la prostitución de la fe, o del espíritu, práctica que se remonta a los orígenes de la Santa Iglesia Apostólica Romana, aunque ello no signifique que dicha prostitución sea exclusiva del catolicismo, al contrario, si algo comparten las grandes religiones del mundo, además del monoteísmo,  es esa propensión a prostituir la fe de sus fieles, que aunque muchas veces se limita a una cooperación voluntaria, no por eso deja de ser prostitución. Otros grandes exponentes a nivel mundial lo son el judaísmo y el cristianismo, donde también se practica un solapado voto de pobreza. Obviamente, quizás esté de más decirlo, en este ramo de la prostitución no se puede generalizar; religioso no es sinónimo de ramera. Por lo tanto vayamos a lo específico y local. En México el culto más practicado es el catolicismo, el cual nos ha dado grandes ejemplos de órdenes de cortesanos, tales como el Opus Dei o los Legionarios de Cristo. Ahora bien, en la prostitución de la fe se da un caso muy característico y digno de mención: el proxoneta/meretriz, dícese del prostituto que a su vez prostituye a otros, como el recientemente fallecido (gracias a Dios) p. Marcial Maciel, que a su vez fue padroteado por la Santa Sede de la prostitución católica: el Vaticano. Y vaya que remuneró el cabrón.
            El problema medular de nuestra sociedad, ya que estamos en esto, es el culto al Dios Dinero; por unos cuantos billetes somos capaces de vender nuestro voto, de vender nuestro talento, de vender nuestra tierra, de vender nuestras tradiciones, de vender hasta a nuestra propia madre, y vendemos a quien sea, trátese de opresores, de extranjeros o de criminales. Tan es así, que tenemos dichos que fomentan y promueven la prostitución en todos sus niveles; ¿qué no “todo tiene su precio”?, ¿qué no “con dinero baila el perro”?, ¿qué no “el que no tranza no avanza”? Se nos ha inculcado que nuestro valor es proporcional a nuestras cuentas, a nuestras posesiones. La seguridad económica lo vale todo. Y todavía nos quejamos de la situación que nos acoge y luego ai andamos llorando porque nos cogieron cuando solitos abrimos las piernas.    
            En sí lo importante, lo más urgente, es llevar agua al molino, y de esto pocos se salvan, pues cuántos no han prostituido sus principios; maestros, empresarios, artistas, doctores, periodistas, comelonches, abogados, por un buen tajo del pastel; adondequiera que volteemos abunda la prostitución, (con el respeto que me merecen las prostitutas, que a fin de cuentas son las únicas que se atreven a llamar a lo que hacen por su nombre). Me gustaría decir que la ciudadanía está dormida, apática, pero no, la verdad es que la ciudadanía está prostituida. Simplemente, el narco no gozaría de tanto poder sólo con la ayuda de la clase política. La culpa recae también sobre nosotros como sociedad, pues día a día fomentamos la prioridad al dinero por sobre todas las cosas. Es así que admiramos a todo aquel que haya amasado una fortuna, independientemente de los medios a los que haya recurrido para adquirirla, sean lícitos o ilícitos. Lo que deriva en sicarios o en senadores ávidos de opulencia. No importa que prostituyamos nuestros principios a cambio de lujos, lo que importa es vivir el Sueño Mexicano. He ahí el mayor de nuestros males.

No obstante, se puede afirmar que la necesidad es la madre de la prostitución, y estamos tan necesitados de tener más que se pueden pasar por alto cuestiones tan superfluas como la honradez o la legalidad. Si usted es de la opinión de que uno se ve forzado a prostituirse para sacar adelante a la familia, no se engañe, existen otras opciones de salir adelante, sólo que son más difíciles y exigen más esfuerzo y compromiso. Siendo así, si me dieran a escoger, prefiero mil veces prostituir mi ano antes que mi conciencia. ¿Y usted?
            Querido lector, si al leer estas humildes líneas usted se sintió identificado con al menos una de las descripciones aquí expuestas, no se ofenda, hágale un favor al país y deje ya de ser tan puta. La Nación se lo agradecerá.  

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